sábado, 30 de julio de 2011

Primera Vez!

En nuestras vidas siempre existe una primera vez, una experiencia
desconocida que ataca nuestra mente con los fantasmas del miedo... Era
mi primera cita, sentía temor y, sin embargo, yo la había organizado y
no podía echarme atrás. No había ninguna razón para tener miedo: al fin
y al cabo era yo misma quién había marcado la entrevista. Pero mi cabeza
marchaba por un camino y el cuerpo por otro...

El cuerpo, siempre esclava del cuerpo... Cuando finalmente me acerqué a
su casa, un escalofrío estremeció todo mi ser y, al momento de abrirse
la puerta, tuve que hacer un esfuerzo por controlar el temblor de mis
piernas. Entré. Él me estaba esperando. Inmediatamente me tomó por el
brazo y me llevó a una habitación. Con la mayor cortesía me invito a
acostarme.

Aunque era la primera vez que hacía aquello, cuando le vi me inspiró
confianza y comprendí que no podría encontrar una persona más adecuada
para hacerme lo que él estaba a punto de hacer.

Poco ! a poco, se fue acercando. Creo que notó mi nerviosismo y trató de
tranquilizarme diciéndome que sabía lo que había que hacer, cómo y dónde
hacerlo. Lo había hecho cientos de veces y nunca había recibido ninguna
queja.

Por fin, cuando mis músculos comenzaron a relajarse, me indicó cuál era
la postura más adecuada y poniéndome la mano en el hombro continuó
diciéndome cosas agradables para darme ánimos.

Pero yo seguía hecha un flan y la proximidad entre los dos se hizo casi
dolorosa. Sentí la fuerte presión de sus manos en mi brazo y el cálido y
agradable aliento de su boca acercarse a mi rostro. De repente, me entró
algo duro. Cielo santo. El tipo me cogió por sorpresa, sin avisar, así,
a pelo. Mi cuerpo no estaba acostumbrado a este tipo de experiencias y
comencé a temblar de miedo y angustia.

Pasaron unos minutos que a mí me parecieron siglos; de pronto, comencé a
sentir un dolor insoportable y grité a la vez que todo mi ser se
estremecía. A! medida que transcurrían los minutos, el dolor se iba
haciendo! más y m ás fuerte y no tardó en empezar a salirme sangre. Le
dije que lo sacara, que me estaba doliendo mucho, pero me dijo que ya
casi estaba y que no podía dejarlo así. Grité angustiada y dolorida
hasta que me saltaron las lágrimas. Pero el tipo seguía y seguía sin
parar, sin importarle mis gritos, sujetándome con su fuerza de macho
bruto. La cabeza me daba vueltas. Pensé que me iba a desmayar y casi
llorando le pedí que parara, que ya no aguantaba más.

Inesperadamente, el dolor cesó y todo mi cuerpo fue recorrido por una
indescriptible sensación de bienestar. Entonces me di cuenta de que todo
había acabado.

Finalmente llegó la hora de marcharse y le agradecí al dentista que me
hubiese sacado esa muela que tanto dolor me había causado y me despedí
pidiéndole disculpas por mi exagerado comportamiento.

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